Las líneas gruesas de la ciclovía pasan a gran velocidad bajo mi bicicleta, cuando noto una persona que corre con los pies descalzos.
Dejo de pedalear y pido al cielo una oportunidad para hablar con él. Siempre me dan miedo estas situaciones, en las que debo hablar con desconocidos.
Observo, en mi vacilación, que lleva un pañuelo negro con rayas de distintos colores en la cabeza, una polera con algunas líneas negras en el hombro y un pantaloncillo atezado.
En medio de mi estudio, escucho a otro trotador decir entre risas, "oh mira anda sin zapatillas, qué increíble".
Parece que la mayoría comparte mi sentimiento de sorpresa. Yo estoy fascinado.
A veces el mundo toma la forma de una ficción, superando ampliamente a la primera, incluso paseando cerca de los autos.
Pasamos dos semáforos. Desgraciadamente, el símbolo verdoso se ilumina de forma seguida y se me imposibilita hablarle. Hasta que, cerca de la universidad Finis Terrae, da la luz roja.
El corredor, antes de llegar a la esquina, trota cada vez más lento y quedamos uno frente al otro. Era mi oportunidad. Le pregunto, la frase que había formulado hace unas cuadras, "¿señor, usted siempre entrena descalzo?".
El consultado me mira y al mismo tiempo se quita el pañuelo y me responde "¿por qué usamos zapatillas?" Yo expresé que las utilizábamos para cuidarnos de lo que pudiera haber en el piso. Luego, vino otra pregunta: " ¿nosotros nacemos con zapatillas?" Obviamente, afirmo que no y él, complacido, asiente.
El corredor, lo llamaremos Carlos, determinó que las zapatillas atrofian el pie como cualquier otro músculo que no utilizamos. El daño más importante se produce en un músculo dispuesto en el arco del órgano, pasa su dedo índice por él.
Antes de comenzar con el entrenamiento, leyó un libro sobre el tema y pasaron dos años desde ese día. Dice que se debe tener personalidad para hacerlo, porque muchos quedan extrañados y no preguntan, sólo ríen, no como lo realicé yo. En ese momento, revelé mi identidad como todo un detective, y le dije que estudiaba periodismo.
Mueve un poco el cuello, ahora Carlos, acostumbrado a impactar, se muestra desconcertado.
Comenté que me daba temor preguntarle y que por eso lo seguí tanto tiempo. Entonces, vino un consejo que no olvidaré, "nunca tengas miedo a preguntar. Tonto es el que no pregunta. Hazlo tantas veces quieras. Aunque parezcas tonto".
Percibí que tenía un estilo de vida, cuyo acceso se hallaba en sus pies. Carlos no lleva reloj, gira las muñecas, ante sí, para demostrarlo. Sólo utiliza un cronómetro, que indicaba 00:35 al enseñarlo, el tiempo que llevaba corriendo, que volvió a poner en la bolsa donde también guarda unas sandalias.
Estas últimas las utiliza cuando corre en las montañas. Son negras, tienen un diseño corrugado, parecen de muy buena calidad. A pesar de que no demuestra mucho afecto por los objetos.
Determina que podemos vivir bien con poco. Lo demás, era la proyección del ego, el orgullo y estimó que yo debía aprender a dejar esa característica de lado, desde chiquitito.
Ya nos habíamos despedido. Carlos estaba cerca del semáforo, sonrió, se dirigió a la tierra y hundió los pies en ella cerca de las plantas. Vociferó alegre "¿quién puede hacer esto?" y yo grité "sólo usted".
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